プロローグ (Prólogo)

“Me ahogo.”

Me desperté con ese pensamiento, empapado en sudor. No podía respirar, como si de repente toda la habitación se hubiera quedado sin oxígeno. Podía inhalar, pero me seguía asfixiando. “Aire... fresco”, pensé mientras me tambaleaba hacia la puerta.

Al salir de la cabaña el viento penetró por mi nariz. Podía respirar. Tosí por el cambio de temperatura y miré hacia adentro de la cabaña. Todo tranquilo. Una pesadilla, seguramente. Intenté recordarla.

Agua. Agua helada.

Escuché el sonido del agua de la alberca. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Caminé hacia la alberca, asustado.

Estaba ahí, con los pies en el agua, con una extraña mirada seria. Inmóvil. Parecía esperar algo.

Sin importarme el hecho de que debíamos estar a menos de cero grados centígrados, me acerqué. Pasaba de media noche, el cielo estaba medio nublado, pero la luna iluminaba toda la superficie de la alberca.

Pareció escucharme, porque giró la cabeza para verme. Cuando nuestras miradas hicieron contacto, forzó una sonrisa.

—Gracias —dijo. Su voz fue tan baja que tuve que leerle los labios.

El silencio, exceptuando las pequeñas olas en la alberca, era completo. Hacía poco habíamos tenido una escena similar. Esa misma mirada seria, esa misma actitud ensimismada. Recuerdo que pensé que era mi imaginación cuando vi su sonrisa. Pero esa ocasión no me di cuenta de que su sonrisa era falsa.

Gracias. No tenía idea de por qué me lo decía. No tenía nada por qué agradecerme, que yo supiera.

—De nada —dije, por pura cortesía.

Sonrío, de verdad esta vez, mientras un flujo de lágrimas se creaba en sus mejillas. No sollozaba y parecía que el río de lágrimas tenía el sonido de las olas de la alberca.

Me miraba directo a los ojos, como si fuera a decirme algo. En sus pupilas ámbar pude ver reflejada la luna. Luna llena.

Preocupado, quise acercarme, pero me detuvo antes de dar el primer paso.

—No —dijo mientras se levantaba. Volvió a fingir una sonrisa—. ¿No deberías estar dormido? Mañana es el gran día...
—En ese caso, tú tampoco... —dije, pero también me interrumpió.
—... tienes que ganar la beca, ese es tu objetivo, recuerdas —contenía el llanto, pero su cara seguía cubierta de lágrimas—... Por eso viniste...
—Bueno, lo cierto es que...
—Así podrás, por fin —negó con la cabeza—... Debes ganarla.
—Yo no... no vine por eso... la verdad... —no terminé. Era demasiado vergonzoso. Miró al piso, sin decir más.

Tenía una conversación seria a las dos de la mañana, con una persona que no había sido seria ni una sola vez desde que la conocí. ¿Qué podía haber pasado para que su actitud hubiera cambiado de forma tan repentina?

De pronto, sin darme tiempo para hacer algo, se secó las lágrimas con el antebrazo y se lanzó de un salto a la alberca helada. Sentí frío en la nuca. Nieve.

Los copos de nieve comenzaron a caer en la superficie del agua. Debajo de ésta, veía su silueta nadando hacia el centro de la alberca. Se detuvo en el punto donde la luna se reflejaba. Salió del agua, su piel pálida a causa del frío.

Me miró aún más seriamente que antes. No podía creer que actuara así. Se quitó la sudadera y pude ver sus hombros desnudos sobre el agua. No parecía tener frío.

—Está bien. No importa. Entonces gánala por mí, ¿sí?

No comprendí por qué me decía eso.

—No puedo —era la verdad—. Yo sé... ambos sabemos que no soy lo suficiente...
—¡No es cierto! —me gritó— ¡Ambos sabemos que puedes ganarla! ¡Tú...!

Me quedé callado. No podía creer que hubiera alguna manera en la que pudiera enfadarse conmigo. Yo no nunca había hecho nada para que se enfadara... ¿verdad?

—Lo siento —dijo. Miró hacia abajo, al agua. Se metió al agua y salió nuevamente a flote junto a sus pantalones. La alberca era profunda, así que todo el tiempo flotaba. Giró sin levantar la vista hasta quedar de espaldas a mí.

“No, yo lo siento...”

Pero no pude decirlo. Pensé otra vez en como ya había visto esa sonrisa falsa, un par de días antes. Pensé en cómo no dije nada. “Yo lo siento”.

Miró al cielo y murmuró algo que no escuché. Seguí su mirada y vi la luna llena. Brillaba mucho. Demasiado. La nieve que caía parecía amplificar los rayos de luz.

Las estrellas que habíamos observado juntos un par de horas antes, cuando tomé su mano, ya no podían verse. Orion y Tauro, el Tigre Blanco del Este, habían desaparecido.

No me di cuenta del momento o la forma en que sucedió. Todo el cielo brillaba. Eran las doce de la tarde a las dos de la mañana. Tuve que cerrar los ojos antes de regresar la vista a la alberca.

Lo que pasó después ahí afuera no lo recuerdo. O tal vez no quiero recordarlo.

Regresé al calor de la habitación empapado por la nieve y me hice un ovillo debajo de las cobijas. No pude dormir. La nieve derretida comenzó a gotear desde el borde de la cama. Agua. Agua helada.

Dejé que mis lágrimas se confundieran con ella.

“Me ahogo”, pensé esperanzado. Pero, para mi mala fortuna, mi cuerpo me traicionó y unos instantes después volvía a respirar con normalidad.

1 comentario:

  1. Me gusto mucho! pero hey, al escribirlo pónganle más feeling, la falta de ello eso se percibe al leerlo, lo crean o no (o al menos yo sí pues jajaja). Felicidades. Éxito!

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